Mientras tanto, la España del siglo XIX contaba con un sistema político elitista y poco participativo, aquejada de graves problemas coloniales y dinásticos, y con un temor atávico a la entrada de los nuevos vientos europeos, circunstancias que supusieron una rémora para realizar los cambios que los nuevos tiempos exigían. Baste decir, que hasta julio de 1873 no se prohibe por ley el trabajo en fábricas y minas a los niños menores de 10 años, pese a lo cual dicha ley fue tan unánimemente ignorada que años después tuvo que volver a publicarse en términos idénticos, en un nuevo intento de lograr su respeto; o que hasta 1890, salvo en el Sexenio Democrático, no existirá sufragio universal masculino (las mujeres aún debieron esperar a la Constitución de 1931 para conseguirlo)

“Existía una enorme mortandad infantil que no comenzó a solucionarse hasta 1916”

Aragón y, en concreto la ciudad de Zaragoza, tampoco terminaron el siglo XIX en el mejor de los mundos: las dos terceras partes de los aragoneses eran analfabetos, la falta de higiene en Zaragoza ocasionaba habituales epidemias de tuberculosis (la Fiesta de la Flor se realizaba para recoger fondos contra esta enfermedad) y existía una enorme mortandad infantil que no comenzó a solucionarse hasta las campañas de saneamiento realizadas en 1916 por el alcalde y médico Felix Cerrada junto con la construcción de equipamientos más eficaces e higiénicos en los nuevos ensanches zaragozanos.

     A todos estos problemas se vinieron a sumar los ocasionados por una espectacular emigración, mayoritariamente campesina, que hizo crecer la ciudad hasta el punto de que en 1920 más de la mitad de sus residentes no habían nacido en ella, y procedían del mundo rural, se había iniciado así un proceso por el que Zaragoza va a pasar de representar a principios de siglo el 20 por 100 de la población aragonesa, a más del 50 por 100 actual, situación además engañosa pues simultáneamente comenzará el ciclo de disminución del peso demográfico aragonés respecto al conjunto de España que llega hasta nuestros días.

     Pese a todo también se estaban produciendo cambios positivos. En este sentido y, ya desde finales de siglo, ciertos grupos de industriales y las minorías urbanas más preparadas habían planteado iniciativas empresariales y nuevos proyectos más en la línea de lo que las nuevas estructuras económicas exigían (A este respecto cabe recordar la especial importancia que tuvo para Aragón, el gran desarrollo que adquirieron el cultivo de la remolacha y las industrias azucareras al tener que suplir la producción que la pérdida de Cuba había supuesto) A todos ellos se unieron quienes como Joaquín Costa y los movimientos regeneracionistas estaban empeñados en superar la crisis de 1898 y solucionar los graves problemas que atenazaban a nuestra sociedad.
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